Toda la Información que también tiene el Enemigo no vale nada. Eso, naturalmente, deberían saberlo las Calificadoras de Riesgo o mas bien los que invierten según ellas. Inmediatamente todo se corrige y se compensa y nadie queda con ventajas. Hay que hacer otra ronda de busqueda de Información - pagando su precio - para quedar, otra vez, empatados.
Si un satélite orbitara sobre la selva, pongamos, y le vendiera a los Leones la información sobre la ubicación de los Ciervos, todo estaría muy bien, hasta que viésemos a muchos Leones precipitarse sobre el mismo Ciervo - por cercano, por gordo, por debilucho y oportuno - generando una competencia extra entre ellos por la Mejor Oportunidad - que deja de ser la mejor porque su concentración la hace ya inoportuna - mientras huyen el Ciervo dos y el Ciervo tres, sin que nadie los persiga. Un desastre. Y pagamos por ello.
Por eso mismo Alvear, que admiraba a Napoleón, llegó a enfrentar al ejército imperial brasilero en Ituzaingó y quería dividirlo y penetrarlo por el centro - y el Mariscal brasilero, que admiraba a Napoléón, quería dividirlo y penetrarlo por el centro a Alvear- bueno no a él pero sí a sus tropas. Abrieron las alas de sus ejércitos, el brasilero muy superior al rioplatense. Pero los comandantes brasileros eran neófitos que esperaban instrucciones desde el Centro, desde el Jefe y los comandantes argentinos eran veteranos del Alto Perú, de Chile, de Perú, de quince años de guerra independentista. Cada uno en su sector hizo lo que mejor le pareció y se movió y atacó cuando se le pintó oportuno sin consultar a nadie. No esperaron que la Información fluyera y refluyera y se equiparase - y ganaron.
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