lunes, 4 de abril de 2016

Dicebamus hesterna die

¿Que es al fin lo que impone el recuerdo indeleble?  No pueden ser, sin duda, las obras del tipo, porque las obras del tipo se hacen polvo con el tiempo - aún suponiendo que el tipo haya hecho algo de valor en toda su vida, ni aún así...
El Emperador Amarillo, por caso, levantó la Gran Muralla. Quemó toda la Historia de China, que ya llevaba siglos o milenios, para que la Historia empezara con él. Y aún así, probablemente será olvidado.  Ya se han olvidado los nombres de faraones que levantaron fabulosas pirámides, ya no se sabe quién fue el autor de la Esfinge.
La autorías intelectuales no corren mejor suerte. A poco andar, apenas unos siglos, el idioma muta y cambia y el autor se vuelve pedante, pesado, incomprensible. Ahora mismo si se dijese
Recuerde el alma dormida,
Avive el seso y despierte
Contemplando
Cómo se pasa la vida,
Cómo se viene la muerte
Tan callando;
Cuán presto se va el placer,
Cómo después de acordado
Da dolor,
Cómo a nuestro parescer
Cualquiera tiempo pasado
Fue mejor.

Sólo un sesudo estudiante de literatura recordaría, quizás, que son versos de Jorge Manrique, y la mayoría se pondría a buscar algo en Netflix antes de terminar el verso.
No, no hay posibilidad que el recuerdo derrote al tiempo salvo quizás que adopte la forma mínima de un gen, de un meme, de una mínima idea central que se salve sola y se reproduzca. De forma tal que perdidos casi todos los datos otros datos serán inventados o imaginados para cumplimentar y transmitir esa simple idea central que todos desean preservar. 
Como Fray Luis León, por ejemplo, escritor ascético del siglo 16, luminaria del Renacimiento español, uno de los fundadores de la Universidad de Salamanca, pluma sublime, que fue preso por la Inquisición por preferir la versión hebrea del Antiguo Testamento que la traducción latina - es decir, los perseguidores de Fray Luis pensaban que la traducción mejoraba al original...
Y sale, y vuelve a sus clases, donde siempre acostumbraba hacer un racconto de lo ya tratado, y aunque había pasado cinco años en la cárcel dice ante la audiencia "Como decíamos ayer..."
Y eso, para siempre, o al menos hasta ahora, lo mantiene vivo. Esa única frase entre todos sus textos, en toda su vida. Porque todos aprecian la historia del tipo que estuvo preso tantos años y de vuelta al colegio siguió su discurso como si nada,  haciendo como si ayer nomás hubiesen estado hablando de eso mismo. Y todos completan o cambian el entorno del anécdota pero la idea central pervive y con un poco de suerte el nombre de Fray Luis también.