sábado, 21 de enero de 2017

Dios y la caja de Skinner

Burrhus Frederic Skinner, en 1948, hizo un experimento con ocho palomas hambrientas.  Introdujo a cada una en un caja especial - una caja que después se llamó, claro, " caja de Skinner" - donde a intervalos irregulares se les daba comida.
Y se les deba comida sin fijarse lo más mínimo en lo que la paloma hiciera.
Pero no tenían una continua y exagerada provisión de alimento: entre intervalos volvía a sentirse el hambre, hasta que el alimento volvía a caer, milagroso.  A intervalos irregulares de tiempo dijimos, sin que pudiera asociarse a ningún ciclo natural.
Una de las palomas aprendió a dar vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj para convocar la comida.  Probablemente hacía eso un rato antes de que le dieran la primer porción, y lo repitió cuando tuvo hambre otra vez. Y en algún momento volvió el alimento. Y la paloma fijó su comportamiento.
Otra de las palomas pegó su cabeza a una de las esquinas superiores de la caja, y continuó haciéndolo con devoción hasta que la comida aparecía.
Otra sacudía la cabeza.
Y adquirido que fue este comportamiento, cada una de ellas persistió en el mismo como una método infalible e inevitable de ganarse el pan.
Entonces pues, tantas hogueras, tantos corderos degollados,  tantas esposas del rey arrojadas al mismo foso que el fallecido monarca, tantos corazones arrancados con el cuchillo de piedra en lo alto de la truncada pirámide. Y al final la respuesta es la misma...