miércoles, 17 de agosto de 2011

El número óptimo de crisis

La Evolución ocurre en el marco de la Precesión, dice Ramón Margaleff. Y la precesión es la reconstrucción tras un acotado desastre: Una inundación y la costa queda barrida. Fuego y desaparece algo del bosque. Hace rato que se sabe que lo primero que avanza en el terreno arrasado no es lo que estaba antes ni lo que quedará al final. Líquenes, musgos, unos elementales pastos, arbustos, ciertos bichos. Gente que tendrá acotado lugar en el estadio definitivo pero que son buenos exploradores del terreno recién destrozado. Seres a los que al final, cuando los altos árboles les hagan sombra o el bravo tigre les desgarre la carne apenas sobrevivirán en un rincón o flotaran viento arriba o río abajo hasta que otro desastre les otorgue cobijo.
Ahi, en ese nuevo empezar, en ese inicio, es donde la Evolución juega sus fichas. Todo debe reconstruirse: un suelo fértil, una población de recicladores de detritos, raíces, cuevas, sustratos, relaciones, comercios, ciclos. Todo lo que concurre a ejecutar la Precesión, desde luego, son actores conocidos recreando la misma obra famosa pero cada nuevo ensayo permitirá una variante. Es acá donde puede colarse la novedad mejor que en el bosque denso y complejo donde cada engranaje encaja con precisión y las impuerzas son casi intolerables.
Ya lo intuyó Nerón cuando quemó Roma para hacerla más linda. Y el Lord Mayor de Londres, aprovechando el incendio, llamo a un arquitecto afrancesado que le diseñara espacios amplios y bulevares pero la plebe insulsa le reinstaló las callejuelas medievales más rápido.

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